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ATRI: “el centro es para la gente”

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#ATRI es una estrategia experimental que quiere explorar vías alternativas para incrementar de forma cuantitativa y cualitativa el parque de vivienda pública en la ciudad de Barcelona
Cos

“¿Quién es esa loca?”, exclamó el editor de la revista Fortune cuando una mujer de a pie, sin proyección pública ni acreditación técnica, se atrevió a impugnar todo el proyecto de “regeneración” moderna que el prestigioso urbanista Robert Moses había urdido para el centro de Nueva York. Han pasado más de sesenta años, la loca se llamaba Jane Jacobs y el tiempo le ha dado la razón: “el centro es para la gente” (“downtown is for people”). Durante el siglo XX, los Robert Moses de todo el mundo impusieron sus desgarradoras autopistas sobre el transporte público y los barrios caminables. Hoy sufrimos los estragos de ese modelo urbano, que van desde la segregación socio-espacial hasta el propio cambio climático. Hoy sabemos, como supo Jacobs, que necesitamos ciudades más mixtas y compactas, es decir, más justas y sostenibles. Ciudades hechas de arquitecturas simples pero articuladas en manzanas complejas, a base de fincas estrechas y entre medianeras, con plazuelas y jardines de escala humana y «calles corredor» que favorezcan la proliferación del pequeño comercio, los equipamientos de proximidad, el movimiento de peatones y ciclistas o la calidad y eficiencia del transporte público.

Atri city

Lejos de ser nostálgico, el modelo de ciudad mixta y compacta es hoy el más pertinente para afrontar los retos ecológicos, económicos y políticos que nos plantea el futuro inmediato. Nada nuevo. Es el modelo que inspiró los barrios de Barcelona o Nueva York. Los barrios que el urbanismo del siglo XX desaprendió a hacer mientras extendía nuevas periferias y que tanto maltrató cuando «esponjaba» los centros heredados del pasado. Aunque ese urbanismo del monocultivo latifundista sigue dando bandazos, el tiempo empieza a ponerlo en su sitio. Comparados con los barrios mixtos y compactos que le precedieron, es ya evidente que sus desarrollos dispersos y monofuncionales son menos fértiles para la vida social e incluso menos atractivos para la industria turística o el mercado inmobiliario.

Durante un tiempo, sus propuestas anti-urbanas instigaron a las clases emergentes a desertar de la ciudad para instalarse en «las afueras», dejando atrás los centros históricos y convirtiéndolos en guetos sociales. Sin embargo, algo está cambiando. Tanto los polígonos de la ciudad-dormitorio como las casas ajardinadas de la gran Suburbia pierden poder de convocatoria. Fenómenos como la gentrificación o la turistificación de los barrios históricos —centrales por su compacidad y mixtura, no por su posición— revelan un deseo creciente de retorno a la ciudad. No obstante, las víctimas de este cambio de tendencia son los vecinos que habían permanecido en los barrios caminables y que están siendo expulsados hacia periferias dispersas donde dependen más del coche. Es urgente un cambio de paradigma urbanístico que compense esta dislocación.